#GuanyemCultura: primer día hacia una economía cooperativa de la cultura


Crónica de autor, por Natxo Medina

Es domingo, 18 de enero y estamos en el Centro Cívico La Sedeta, en el barrio de Sagrada Familia. Pese a lo incómodo del día y la hora, la gente ha decidido romper con la pereza dominguera y acercarse a discutir los que serán puntos de trabajo claves del eje de cultura de Guanyem Barcelona. Hay mucho de que hablar, y conforme vamos viendo cómo la gente llena la sala de actos, sabemos que las escasas tres horas que se tienen previstas para la jornada de hoy se harán cortas. Por suerte, es la primera de tres.

A las 17.15, la gente sigue entrando. En los asientos, caras de expectación, curiosidad en las miradas. Da la sensación de que de pronto la sala se ha llenado de savia nueva. Calculamos unas 300 personas, mucho más de lo que se esperaba, teniendo en cuenta que los domingos a lo mejor apetece más ir al cine que debatir. Pero desde los altavoces, suena música caribeña y rock and roll mientras se solucionan los últimos problemas técnicos, y los ánimos son buenos.

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El rumor se va calmando, y en cuanto Marcelo Exposito abre fuego desde la tarima, volvemos a tener claro por qué estamos todos allí, compartiendo espacio, ideas e ilusiones: necesitamos pensar colectivamente cómo salir de la decadencia a la que nos están conduciendo las políticas culturales que actualmente rigen con mano de hierro la ciudad de Barcelona.

Esta necesidad urgente, imperiosa, ya quedaba recogida en el documento que escribió el Eje de Cultura sobre su trabajo, y que corría en formato impreso de mano en mano, como siempre ha corrido el intercambio, el aprendizaje. En él, la necesidad de fomentar la cooperación en cultura, que permita devolverle al sector la riqueza, la dignidad, la diversidad, la fuerza de lo común.

Y a partir de ahí la urgencia: el mundo de la cultura barcelonesa tiene que salir de su propia endogamia, mirar más allá. Saber que estamos embarcados, desde nuestros respectivos ámbitos cotidianos, en una revolución democrática mucho más amplia

Como afirmaba Gala Pin segundos después “necesitamos ir hacia una cultura de la corresponsabilidad”. Saber que todos estamos en el mismo barco, el de devolver a esta ciudad el alma. Y saber también que en esta tarea, la cultura tendrá que recuperar su papel como herramienta de conflicto, de cuestionamiento. “ Hay que dejar de pensar en la cultura como algo que viene desde los organismos culturales, desde arriba. Cambiar la idea de la cultura como una mercancía, y pasar a considerar su valor de uso”.

Y por supuesto, en esta tarea, el desarrollo de estrategias cooperativas, fluidas, que rompan la rigidez de la burocracia, es esencial. Estrategias que de todos modos, como comentaba poco después Alejandra Calvo, del proyecto Cooperland : “Ya existe en nuestras ciudades, pero no entre las instituciones y los ciudadanos”. ¿Dificultades? Combatir contra la cultura de lo individual y de la competencia entre iguales. Calvo hizo suyos los principios de la cultura libre y nos dijo que “no debe haber miedo de cooperar, de copiar, de usar las herramientas de la economía open source”. Unos principios que, claro, han de integrarse en un nuevo marco legislativo, mucho más híbrido, más libre, que tenga en cuenta las particularidades históricas del trabajo cultural de cada lugar.

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Y es que si tratamos de encender nuevas chispas en la cultura barcelonesa y en su funcionamiento estructural, la tradición y la historia son claves. Barcelona no viene de la nada, ni tampoco los que aspiran a cambiarla: viene de una fuerte historia de vanguardias, innovación, lucha. Y también de cooperación económica. Javier Rodrigo, el siguiente en intervenir, lo deja claro: “las prácticas culturales informales que han conformado la historia social de esta ciudad ya incluyen elementos de generosidad, de redes, de mutualismo”. Desde los ateneos hasta hoy, sólo estamos tratando de devolverle la vida a formas con las que se lleva décadas experimentando.

Es nuestra manera de luchar contra esa idea de Gran Cultura, de grandes equipamientos, grandes eventos, que niega la diversidad e impone un monocultivo de prácticas culturales entendidas dentro de una cadena de producción y consumo. A partir de ahí, “¿podríamos”, se pregunta Javier, “introducir esta idea de lo común en las estructuras que ya existen?, ¿Podríamos meter la economía cooperativa en el MACBA?”.

Para conseguir tal logro, debemos recordar lo que poco después comentaba Xabier Barandiaran, de Flok Society, vía Skype, a través de un zumbido de estática: que estaremos en una trinchera. La de la Barcelona libre contra las imposiciones del capitalismo cognitivo. Y desde esta trinchera nos tocará “engrasar unas cuantas máquinas, de la electoral a la comunicativa”, y no olvidar que luchamos codo con codo junto a toda la sociedad, en el marco de un sistema de capitalismo agresivo que condiciona nuestra visión del mundo. Frente a este monopolio, formas de comunicación alternativas: arduino, wikipedia, P2Ps, y todas las herramientas abiertas que permitan transmitir un mensaje claro: venimos de la larga noche del viejo capitalismo, y con un montón de vicios. Para avanzar, hay que romper con ellos. 18012015-SSS_7734

Trabajando en común

El resto de esta primera jornada se dedicó al trabajo en grupo. Un trabajo que en realidad tenía más de reconocimiento mutuo, de señalar problemáticas, inquietudes. La fuerza de este tipo de prácticas asamblearias reside muchas veces en ese juego de reconocimientos. En darte cuenta de que la persona que tienes al lado, a quien no conoces le corre por dentro una desazón similar a la tuya. Dejar de sentirse solo.

En ese sentido, ayer compartimos mucho. Por ejemplo una sensación generalizada de que la ciudad está utilizando la cultura para venderse, para crear producto. Que las instituciones y los medios existen, pero están secuestrados, y se están usando para ser sólo un escaparate, impermeables a la ciudadanía. De hecho, la actual idea de cultura llega a ponerse en contra del ciudadano, como en el caso del Pla Paral·lel, o de las Fábricas de Creación, que sólo reproducen las pautas del mercado y hasta generan conflicto social.

Por eso hay que conectar las prácticas culturales del artista o de la institución con la sociedad popular crítica y evitar que los equipamientos culturales se desconecten de su entorno inmediato. Velar por la profesionalización de la cultura y al mismo tiempo por todas las formas de construcción pública fuera de la institución. Los medios de producción están cada vez más al alcance de todos, pero el uso de los espacios de la ciudad, sin embargo, están cada vez más compartimentados, privatizados.

Por encima de todo, hemos de construir un nuevo relato de ciudad, nuevas ideas vertebradoras, pilares fundamentales que sostengan lo que ya existe y permitan la creación de nuevas prácticas. Romper con la hegemonía de los discursos que ha traído consigo el imaginario de la Barcelona marca. Promover la mezcla, la revuelta, crear nuevas identidades culturales que nos hagan felices. Porque no debemos perder de vista que la construcción política de lo común trata en el fondo de esto: encontrar formas de vivir mejor, juntos.

Esa será la manera más fiable de combatir el monstruo que llevamos dentro, ese que, según nos contó Ada Colau para cerrar la tarde, después de los debates, nos impedía tener imaginarios alternativos al capitalismo extractivo que nos condujo al colapso. Ese que nos tuvo mucho tiempo atemorizados y paralizados mientras con la excusa de la Crisis nos lo iban quitando todo. “Pero ahora sabemos que estamos en una crisis civilizatoria y que la lucha está en el cambio cultural. Para generar esperanza, para no asumir que la derrota es la única opción. Tenemos la batalla de la imaginación por delante. Será una batalla muy dura, pero imprescindible. Barcelona es La Rosa de Foc, y sigue viva, a pesar de todo”.

Y con una sonrisa en la cara, con la zozobra y las ganas en el cuerpo, salimos a la calle. Se había hecho de noche, pero las ideas de la tarde todavía bullirían muchas horas más, y se irían depositando sobre toda la ciudad, esperando a que llegase su momento.

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